Aprender a vivir con los otros

En el fondo, prescindiendo de prejuicios y
miedos, todos deseamos ser amigos.
La lástima es que estos «fondos» no siempre
sale a la superficie.

Abrimos los unos a los otros, nos cuesta.
Tememos que nuestro interior desagrade a la
otra persona y, como resultado, se aparte de noso-
tros. Por ello no llegamos a una sincera amistad.

No vaciles en decir:
-Me gusta lo que has dicho, o lo que has
hecho.
No guarde este sentimiento agradable sólo para ti.
Se lo  debes a los demás.

La soledad, no tiene nada que ver con estar rodeado
de personas, o no estarlo.
La soledad, depende de sentirse o no sentirse escuchado,
aceptado y comprendiendo por los demás.

No siempre los demás te regalarán palabras agradables:
lo corriente es lo contrario.
A veces creerán hacerte un bien, a veces desearán hacerte
mal.
Y es posible que no pretendan ni lo uno y ni lo otro.

Entre nosotros:
Nos es duro decir que «no».
Nos es más cómodo decir que «sí».
Decir que «no», a veces nos causa angustia, porque
requiere decisión  y carácter.

La misma palabra dicha por dos personas distintas,
puede no significar lo mismo.
Lo corriente, es es que signifiquen cosas distintas.

A veces es difícil entender a otro simplemente porque
habla en voz baja y no le podemos oír bien.
En estos casos, solemos disimular y no decimos nada;
pero sería más lógico expresar que no podemos oír lo
que dice.

La tendencia a sentirse superior a otra persona, estar
por encima de ella, valer más, explica muchas reacciones
anormales.
Por ejemplo, la absurda anulación y competencia disimu-
lada entre amigos.
O el juego social de criticar y encontrar «peros» en las vidas
de los demás.

Muchos caemos en este error:
Suponer que lo que hemos dicho, el otro lo ha oído y enten-
dio perfectamente.
Pero en la realidad, entre «decir», «oír» y «entender», media
un largo camino, que no recorren todos con la misma facili-
dad.

 

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