Dios ha dado a sus hijos el mayor de los
dones: la capacidad de decidir sus actos.
No necesitamos saber ni «como» ni «donde»;
pero hay una pregunta que todos debemos
hacernos siempre que comenzamos algo:
«¿Para que hago esto?»
El amor debe elegir, no aceptar su destino.
Los hombres son dueños de su propio destino.
Pueden cometer los mismos errores o, incluso
pueden huir de todos los que desean y de lo que
la vida, generosamente , coloca ante ellos.
Muchas personas se dejan fascinar por los detalles
y olvidan lo que buscan.
Es preciso correr riesgos, seguir ciertos caminos
y abandonar otros. Ninguna Persona elige sin miedo.
Quien interfiere en el destino de los otros nunca
encontrara el suyo.